A pesar de la acumulación de críticas y resistencias a los extractivismos, los gobiernos sudamericanos insisten en defenderlos. Partiendo de oposiciones exageradas, como “petróleo o pobreza”, ponen las soluciones en más extractivismos, convirtiéndolos en medicinas milagrosas que todo lo curan. Esta postura se ha acentuado todavía más en los últimos meses. Distintos gobiernos han elevado sus apuestas a los extractivismos, defendiendo actividades mineras, petroleras o agrícolas intensivas, volcadas a la exportación de materias primas, como si solucionaran todos los problemas nacionales.
Están obligados a hacerlo. Es que la nueva generación de este tipo de emprendimientos son más intensos o cubren mayores superficies, o bien buscan avanzar sobre áreas que están protegidas por ser territorios indígenas o por su riqueza ecológica. A su vez, como se han multiplicado las evidencias de los efectos negativos, y sigue aumentando el número de resistencias ciudadanas y movilizaciones populares, la gente ya no cree mucho en las viejas justificaciones.
Hay varios ejemplos de estas nuevas posturas, tanto por derecha como por izquierda. En Perú, el gobierno de Ollanta Humala intenta buscar gas en las reservas territoriales indígenas próximas a Camisea. Para ello ha presionado a las agencias gubernamentales en interculturalidad y áreas protegidas para que cambiaran sus evaluaciones iniciales negativas en otras que fueran positivas, y así poder ingresar en esos sitios.